Programa
del Ministerio de Educación
La ruta de Jame
Jame
quiere ser el líder del grupo. Tiene doce años y pedalea su bicicleta sin
parar. Se levanta del asiento, encorva la espalda y agacha la cabeza en las
bajadas. Se vuelve a levantar y pedalea con más fuerza en las subidas. No se
queja. Sigue. No se intimida ante las curvas pero toma precauciones. No se pone
nervioso ante los baches pero mantiene el freno ligeramente apretado. La
neblina está baja y tupida y no se puede ver más allá de dos metros en la
carretera que va hacia su escuela.
Jame
se ha levantado a las 5 am para alistarse y cumplir con el pacto de encuentro
que tiene con Agustín, su amigo inseparable desde el primer grado de primaria.
Antes de que salga el sol, a las 6 am, se esperan uno al otro en la canchita de
Atumpampa para ir al colegio.
Recorren
juntos los 9 kilómetros que separan su pueblo de la Institución Educativa N°
10084 Virgen de las Mercedes, donde cursan el sexto grado de primaria. Jame es
del caserío Chilcayacu y Agustín, de Pillgonta. Dos de los 56 caseríos que se
pierden entre las montañas rocosas y los árboles de eucalipto del centro
poblado de Incahuasi, en la sierra de Lambayeque.
Antes
de encontrarse con su amigo, Jame lo ve a lo lejos: un casco azul y blanco se
mueve cerro abajo. "Allá va Agustín", señala y apresura el paso. Lo
seguimos con dificultad, con temor a resbalarnos por el lodo. Él camina con las
manos en los bolsillos con la seguridad de quien conoce su territorio. Hasta
hace poco, Jame seguía esta caminata por dos horas hasta llegar a su escuela.
Bordeaba cerros, corría bajo la lluvia, ensuciaba sus zapatillas en el lodo.
Ahora
hace la ruta en bicicleta montañera y se demora la mitad de tiempo. Es el dueño
temporal de una bicicleta roja plateada, doble aro número 24, llantas de caucho
especiales para el terreno, frenos y pedales de aluminio.
Jame
no sabe que su bicicleta fue ensamblada en Lima y que viajó junto a otras 500
que llegaron a Lambayeque a inicios de marzo. Tampoco está enterado de que las
envió el Ministerio de Educación para que él llegue temprano a clases. Menos
aún ha tomado en serio al programa Rutas Solidarias: Bicicletas Rurales para
llegar a la Escuela, que lo consideró como uno de los 152 niños beneficiarios
de Incahuasi que podrán hacer uso de las bicicletas mientras dure el año
escolar.
Hoy
es la primera vez que la promotora del programa, Grazia Ojeda, y Jame Lucero
Purihuamán, del 6º B, se encontrarán
para saber qué resulta de entregarle una bicicleta a un niño que antes tenía
que caminar por horas para llegar al colegio.
PEDALEANDO
CUESTA ARRIBA
Jame
se ajusta la tira del casco de ciclista y acomoda sus cuadernos en el bolsillo
trasero del chaleco especial con bandas reflectantes que le ha dado el
programa. La ruta es Atumpampa-Cochapampa-Incahuasi. Su bicicleta pasa la noche
en la casa de una tía porque no la puede subir hasta la suya. Manos al timón,
estamos a más de 3 mil msnm. Jame llama a Agustín, que lleva un reloj con
cronómetro en la muñeca izquierda. La mañana no ha terminado de aclarar y
empieza a caer una garúa suave. Agustín tiene una tos que no se le va. No ha
ido al doctor. Son las 6:15 am. Al frente está el camino; a la derecha hay
montañas rocosas; a la izquierda, una hilera de árboles de eucaliptos que no
dejan ver el precipicio. Muy a lo lejos, en lo alto de los cerros, se ve
Incahuasi.
Miden
un metro cuarenta de estatura y las puntas de sus pies apenas rozan el
suelo. Jame le bromea en quechua a
Agustín y se pierde en las curvas. La carretera no está asfaltada, está llena
de guijarros y cuando llueve es un lodazal imposible. Las llantas de la
bicicleta tambalean, el timón zigzaguea. Cuando esto ocurre, algunos niños
prefieren estacionar su bicicleta bajo los árboles o las casas contiguas al
camino. Eso no pasa con Jame y Agustín, que cuando manejan parecen dos peces en
el agua.
EL
CASCO MÁGICO
La
casa de Jame está en lo alto de las laderas que rodean Atumpampa, en medio de
caminos complicados y de temperaturas bajo cero. Vive con su mamá y sus cuatro
hermanitos –que corretean con los pies descalzos– en una casa de quincha y
adobe de dos ambientes y de piso de tierra. Según las estadísticas del
gobierno, la familia de Jame está catalogada como “población vulnerable”, es
decir, son pobres. Su casa no tiene televisor, ni radio, ni juguetes
electrónicos. El objeto más moderno de la vivienda es el casco de ciclista del
niño que se luce en una repisa sobre los cuadernos y libros de clase.
La
forma de ser de Jame ha sido moldeada por la responsabilidad de ser el hijo
mayor y haber tomado decisiones de adulto siendo aún tan chico. Su papá está
ausente. Viene a casa dos veces al mes. Lo mantiene ocupado su trabajo de
agricultor en las plantaciones de arroz de la costa cercana a Trujillo. En sus
tres últimas vacaciones del colegio, Jame le ha dado el encuentro. Bajó hasta
el pueblo donde lo recogió un camión que lo llevó junto a otros niños a
trabajar como peón en los cultivos de arroz. Su jornal semanal fue de 95 soles.
La última vez logró juntar 450 soles y se compró una bicicleta minimontañera
que ahora está tirada en el techo de su casa “hecha chatarrita”, dice Jame. En
las vacaciones del 2014 volverá a trabajar. Con el dinero que piensa ahorrar se
comprará un celular de pantalla táctil y otra bicicleta. Una propia, dice,
porque tendrá que devolver la bicicleta del programa cuando terminen las clases
en diciembre.
Agustín
continúa tosiendo. Son las 6:45 am y están a mitad de camino. En la curva de
Cochapampa se encuentran con Roberto, otro de los niños de su clase que van en
bicicleta. También van Leonela y Yeni, que se han adelantado preocupadas por la
hora. Carlos y Giovany, de 9 años, del 4º A, se les unen como todas las
mañanas. Giovany es la competencia de Jame. Conoce de memoria los caminos y es
tan veloz y avezado en las curvas peligrosas como él. Cuando hay carreras se disputan
el primer lugar hasta el último metro.
Giovany
vive en Cochapampa y, al igual que Jame, su caserío tiene su propia escuela
primaria. Pese a ello, algunos niños prefieren venir a la escuela de la capital
del distrito. Dicen que en Incahuasi están los mejores profesores. Aquí no
faltan a clases como los de los caseríos, que comienzan la semana el martes y
bajan a la costa el jueves. En Incahuasi no pasa aquello, se cumplen los
horarios. Los niños se educan mejor. Jame sabe leer bien en castellano aunque
su lengua natal sea el quechua (Incahuasi es un pueblo de quechuahablantes). Su
cuento favorito es Los gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro.
De
regreso a la carretera, a las 7:00 am, los ciclistas van dejando en el camino a
grupos de niños y niñas que bajan de los caseríos cercanos. Las niñas aún
visten el traje típico: blusas multicolores cosidas por sus propias madres,
faldas negras largas de lana de oveja, una manta cuadrada bordada con cintas
multicolor que lucen en la espalda como Leonela y Yeni.
Ambas
son compañeras de carpeta de Jame. Yeni es tímida y nunca se saca el poncho.
Leonela
es más práctica. Es delgada, de melena larga y negra. Lleva la falda
tradicional más corta y bajo ella un pantalón polar rojo. Es cauta. Su falda se
le ha enredado un par de veces en la cadena de la bicicleta. Se le ve muy bien
uniformada con el casco reglamentario y sus cuadernos envueltos en su poncho.
Aún no le ha sacado los pedazos de cartón a su bicicleta nueva. En casa, la
caja donde le vino su casco de ciclista aún está intacta. Maneja siempre a la
derecha por si se aparece alguna combi o algún mototaxi que son siempre
casuales en la ruta. Leonela ya no tiene que levantarse tan temprano para ir al
colegio. La ruta que hacía en una hora a pie ahora la hace en media hora en
bicicleta.
LOS
GRANDES TAMBIÉN PEDALEAN
Mientras
los de primaria aman el casco y el chaleco y no se lo sacan durante toda la
clase, los de secundaria no quieren usarlos. ¡Adolescentes! Blanca Nélida es
una chica de 15 años cumplidos, risueña, tímida a veces. Pedalea su bicicleta
roja junto a Julián, del 5º B de secundaria, que le lleva tres años y quiere
ser mecánico automotriz. A las 6 de la tarde y de regreso a sus casas, van
cuesta arriba en bicicleta. La escuela tiene dos horarios: primaria en la
mañana, secundaria en la tarde. Se han repartido las bicicletas entre los niños
del quinto y sexto grado y los de secundaria que viven lejos.
A
esta hora la neblina ha vuelto a bajar y avanza lentamente. Parece que estamos
literalmente sobre nubes. De pronto las siluetas de Blanca y Julián, que se han
adelantado a todo pedal, aparecen cerro arriba como sombras chinescas en medio
de la nada. Ambos se dirigen al caserío de Kallima, a una hora y 10 minutos en
bicicleta desde Incahuasi. Blanca es la segunda de tres hermanos. El menor
falleció hace poco, su papá tiene otra mujer y otra familia, y ella aún no sabe
qué hará cuando termine el colegio. Maneja bicicleta desde los cinco años y de
alguna forma se le ve contenta mientras recorre este trayecto. Entre el olor de
los árboles de pino, el canto de los pájaros y la increíble vista que se tiene
de los cerros.
El
clima serrano es caprichoso. El cielo se ha abierto y en la cara de Blanca se
imprime un instante dorado de los rayos del ocaso. Ella sonríe al igual que
Julián, que se detiene a ver la escena. De vuelta al camino, ella se queja por
lo accidentado del terreno mientras él prefiere que no asfalten la carretera si
no los carros no se medirán e irán a gran velocidad. Ya se chocó una vez con un
mototaxi y no quiere repetir el plato. Al llegar a Kallima los jóvenes dejarán
sus bicicletas para seguir caminando una hora más hacia sus casas, cerro arriba
a donde ni bicicletas ni mototaxis llegan. Les espera una hora más a pie.
EL
CERNÍCALO DE LA SUERTE
Van
a ser las 7:45 am y el grupo de ciclistas de primaria que dejamos atrás sigue
en la ruta. La fotógrafa los ha hecho demorar para hacerles algunas tomas. Jame
acaba de ver dos cernícalos posados en los árboles. Sonríe y se golpea el pecho
varias veces. Es una señal de suerte. El motor de un mototaxi lo alerta y se
estaciona a la derecha de la carretera.
Comienza
una pendiente difícil. Él y sus cuatro compañeros se bajan de las bicicletas y
caminan empujándolas. Así es todos los días. Vendría bien que sus bicicletas
tengan cambios de velocidades pero la promotora de Rutas Solidarias, Grazia
Ojeda, cuenta que –al entregarles por primera vez las bicicletas con cambios a
los niños– terminaron con la cadena malograda.
A
lo lejos se ve el arco con la inscripción: “Bienvenidos a Incahuasi”. Ya no son
cinco los niños que llegan en bicicleta, son siete. Jame y su grupo entran a
clases con los cachetes rojos. Se sientan en sus carpetas y no se sacan los
cascos hasta la hora de salida. Son los diferentes del salón. Son los ciclistas.
A
fines de junio, la Dirección de Promoción Escolar, Cultura y Deporte del
Ministerio de Educación habrá entregado 10.070 bicicletas en trochas y
quebradas de otras nueve regiones del país. Allá se verán escolares montados en
las emblemáticas bicicletas color rojo y plomo plateado. Aún falta ajustar
tuercas, así como buscar responsables para el mantenimiento de las bicicletas o
firmar acuerdos con los alcaldes para guardar la seguridad de los niños cuando
manejan. Mientras tanto, seguirán pedaleando.
Todo los creditos para diario La Republica
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